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miércoles, 6 de enero de 2010

Reflexion sobre a quien le corresponde

.¿Isleño o pueblerino?
Me miraba en relación a la situación que dejó la bajante temporaria del agua, y observo que, como el común de la gente del lugar, uno se divide en dos, y tenía dos conductas de acuerdo al lugar en que me situaba.
Tener el privilegio de tener una casa en la isla y el trabajo en el pueblo es algo para mi importante. Sin embargo, bajadas las aguas y sabiendo que va a volver a crecer, ni se me ocurrió que hubiera que esperar y me puse a juntar el desparramo, pasar la desmalezadora, cortar el pasto, quemar sin pedir permiso, ver cómo poner en marcha lo que hubo que desarmar por si lo alcanzaba el agua, etc. Ni más ni menos que lo que, en relación a su lugar de vivienda, hace cualquier isleño. Porque los que además tienen su lugar de trabajo en la isla hacen mucho más.
Cruzaba el río, como decimos, veía el barro acumulado en la calle asfaltada, barro que se iba transformando en evidente lugar de proliferación de lo que quiera, barro que por otra parte, demuestra quién es el dueño indiscutido de las tierras que pisamos, dueño con el cual no hay escritura que valga para reclamarle derechos. Y si bien pensé en algún momento en juntarlo, y de paso usarlo para relleno, como hacemos en la isla, me ganó la “falta de gana”, tal vez ayudado por el cansancio y los años, pero en el fondo, el tema es que eso lo debía “hacer otro”. Claro, no hay que ser un iluminado para saber que ese “otro” es el Estado municipal.
Terminé de convencerme de que me había disociado cuando, un vecino mas voluntarioso y limpio que yo, se puso a hacer lo que había que hacer. Lo hizo, lo hizo bien, pero no dejó de recordar a “los municipales” que no habían hecho nada por limpiar el pueblo, el que lucía y luce muy mugriento.
Y una vez más se me hace inevitable pensar en si algún dirigente político pondrá en la balanza económica toda la “inversión” que no precisa el isleño, como no la precisa el hombre de campo en general, el que vive en el campo, claro. Y así hacer las cuentas como corresponde, sin mezquindades maquiavélicas, y dando, como es necesario ahora para el isleño con su economía paralizada, una ayuda real y sin “contrapartida” y si es posible, sin fotos.
En esas muecas siniestras del devenir de los tiempos, y dada la tragedia padecida por los pueblerinos que están dentro de los diques, salvados de la inundación e inundados por las lluvias, se graficaba algo que antes no teníamos que tener en cuenta: no había diques, no había nada que bombear. Y esta parábola pareciera ser una dura síntesis de los tiempos que corren. Se viste un santo desvistiendo a otro. Todas, si, todas las acciones que se emprenden tienen más carácter circense, teatral que de verdadera voluntad política de dar solución a los problemas de fondo. No me voy a extender en los ejemplos. Cada situación de exceso de la naturaleza, demuestra lo veraz de este aserto.
Es que las autoridades políticas de turno, del lugar que sea también se “disocian”. La culpa, inexorablemente, siempre la tiene “otro” o “el anterior”. Y es el ejemplo que cunde.
Disculpen si hay alguna excepción.

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